Antes de cumplir los 12 tenía muchos gustos poco convencionales. Me gustaba mucho el tránsito. Un día, por ejemplo, cuando viajábamos de regreso del funeral de mi abuelo paterno desde Santiago, me robé un cono en la carretera con ayuda de una tía. Era finales los 90’s y principios de los 2000, tiempos donde se construía la doble vía de La Serena a Santiago. Ella nunca entendió el motivo del robo, pero le dio adrenalina sacar el cuerpo por la ventana y tomarlo; me apoyaban, pero encontraban super raro ese gusto. No sabían que en mi interior me fascinaban los signos del tránsito, señaléticas y demarcaciones. Bakán. Trato de darle contexto a ese gusto, onda admira ese lenguaje tan fácilmente descifrable que habita las rutas y caminos. Por esos años me gustaba revisar los manuales de la Ley de Tránsito que habían en mi casa. Esa constitución del país de las calles. Imágenes definidas, nítidas y de alto contraste. Sentía que era un alfabeto de acciones y advertencias, todo un código con signos que tal vez nunca vería, como las demarcaciones para nieve.
Salíamos a la carretera con mi familia, onda para ir a la playa o cualquier destino, y me quedaba admirado de los semáforos, cómo una luz roja podía detener los autos, otra verde los hacía avanzar; todo eso me resultaba un acto casi mágico. Esa época tenía mucho de carreteras, eran tiempos de construir concesionadamente los caminos para España. En esas obras, había muchos banderilleros moviendo una sola paletita de colores que concentraba el poder. Cerca de Vallenar una persona con el poder de gran maestro banderillero, tenía la capacidad de armar una gran fila de vehículos detenidos en la carretera poniendo una pseudo paleta de ping pong… y todos ahí esperando. Era como un semáforo, pero humano, un mago capaz de controlar las fuerzas y flujos del tránsito. Me resultaba el acto de alguien con un poder sobrenatural, aunque ahora lo pienso y digo “qué mala pega tener que estar ahí en la nada a las 5 de la mañana moviendo una paleta”, y lo otro que siempre pienso, es que se llaman banderilleros, pero no tienen banderilla.
En ese tiempo mi papá trabajaba de chofer de ambulancias en una mina en la cordillera de Copiapó. Como suele ocurrir en esos empleos, los trabajadores reciben cantidades inhumanas de comida. Mi papá regresaba de sus turnos de siete días con un montón de colaciones en extremo abundantes, las que llevaba a casa cada vez que bajaba del turno a la ciudad. Yo lo esperaba la noche de los miércoles, cuando aparecía con su ropa llena de logos reflectantes. Signos que indicaban muchas cosas: la minera donde trabajaba, el rol que cumplía, barras para notarse en la noche con el brillo de las camionetas. En la práctica, él mismo estaba convertido en señal de tránsito. Dejaba la bolsa de colaciones sobre la mesa y yo sacaba galletas, mesa galletas, otras galletas. Dulces como oba obas, chokitas (en ese tiempo negritas, porque era otro el signo del tiempo) y frutas que metían ahí como para darle algo más saludable a esa gente rellena de azúcar y calorías.
En una ocasión mi papá llegó con algo más que colaciones. Dejó un sobre con un papelito pegado con scotch que no vi hasta el otro día. Eran decenas y decenas de señaléticas en autoadhesivos. Íconos de cosas terribles: usar mascarillas por gases tóxicos, usar guantes de seguridad, áreas de proyectiles, zona de residuos, peligros de caídas, atropellos, derrumbes, electrocuciones. Las señaléticas ya no advertían de reducir la velocidad por un lomo de toro o la posibilidad de virar en “U”. Este era el alfabeto de la muerte en la faena, indicando un ambiente peligroso, donde la muerte andaba manejando una camioneta roja por las calles del trabajo, decidiendo a quién llevarse por sorpresa. La muerte con casco negro y chaleco reflectante rojo. Al ver los terribles peligros de la minería pensé en el trabajo de mi padre como chofer de ambulancia; personas sin manos, sin ojos, todo tipo de mutilaciones y traumas; trabajadores electrocutados, personas medio muertas arrastrándose hasta morir en lo brazos del Prevencionista de Riesgos encargado de proteger a los viajeros de la Iliada. Era tan grave la situación que se leía en ese Mortem Codex, pero tan grave, que los chilenos tuvieron que asociarse lo más rápidamente posible y así asegurar la mayor cantidad de personas en la menor cantidad de tiempo. Una asociación que se llamó: Asociación Chilena de Seguridad, algo que tenía que ver con urgencias tan graves que no les dio ni tiempo de buscarse una mejor sigla, sino que pusieron simplemente: “ACHs”, algo que suena a estornudo o a la onomatopeya de fracturarse la nariz. ¡ACHS!
El tiempo pasó, crecí y mi gusto por el tráfico vehicular no decayó. Incluso al momento de postular a las universidades para estudiar alguna cosa, consideré en el proceso de admisión la posibilidad de entrar a Ingeniería en Tránsito. Si bien era la opción 10 entre 10, me parece altamente significativo haberla clickeado en el formulario dispuesto por el ministerio. Tal vez de diseñador podría haber trabajado como funcionario público en la Dirección de Vialidad; y es que bueno, los signos del tránsito, su iconografía… tienen una elegancia e incluso una belleza que construimos con su sentido y sus signos:
- “Peligro a 100 metros”, la exactitud de la metrología ante algo tenebroso.
- “Ceda el paso”, como si fuera un hermoso baile en que el paso no marca, si no que omite en pos de otro paso y otro paso.
- “Cruce de Trenes”, poesía futurista de máquinas majestuosas entrelazándose.
- “Fauna Nativa”, con un lindo ciervo norteamericano, como la gente que habla inglés nativo.
- “Pare” que nos ha regalado un meme en la vida real: “wena com-Pare”.
- Hay uno que no sé cómo se llama pero que parece una sonrisa.
Es entretenido delimitar lo que se puede o no hacer en las calles sólo con una paleta de metal que tiene un dibujo. Son como brazos de banderilleros muertos emergiendo de la tierra. Deberían haber señaléticas así:
- “Prohibido deprimir a su entorno”
- “Prohibido burocratizar la creatividad”
- “Prohibido tener concentración de capital”
- “Permitido criticar”
- “Permitido caerse para arriba”
- “Permitido tapar el dedo con un sol”
Iconos. Son iconos, esos símbolos que todos podemos llegar a interpretar, que su sentido no es profundo como podría serlo una estatua hija de su tiempo, son más bien iconos de lo sencillo de la delimitación y el consenso. Hay un carácter de ordenar la polis y por ende, una insinuación policiaca. Ojo que tanto los conos como los carabineros tienen el mismo rango de orden en temas de tránsito. Iconos, los iconos. Ha de recordar el lector de esta crónica cuando el sentido de ciertos iconos se puso en cuestionamiento y se botaron muchas estatuas. A cada sociedad le pasa en determinados momentos de cambio. Los iconoclastas de hace siglos destruían las imágenes religiosas. Ah! Así como la ruta puede estar llena de banderilleros, también hay un mundo lleno de iconoclastas. Es que el signo tiene mucho poder, y el poder no es estático, se puede mover de aquí para allá. Por eso es que el signo cambia también según quién lo utiliza y cómo. Entonces un signo que está muy ahí, significando, puede desmoronarse y significar otra cosa; muy nada que ver con lo original. Pasar por ejemplo de llamarse Plaza Italia a Plaza Dignidad, y que en la dirección del tránsito igual esté anotada como Plaza Baquedano, por ejemplo. No da lo mismo que se queme una cruz, o que la cruz te queme, o que te quemes en la cruz.
Perdón por ese humor casi del año 93. Lo que quiero dejar en claro es que el signo es poder y hay unos que estudian ese poder con una gran maquinaria conceptual llamada Semiología, que trata estudiar y trabajar con los códigos, signos y símbolos. Los semiólogos, a diferencia de los banderizos o los iconoclastas suelen ser personas bastante aisladas de este mundo, ya que trabajan con algo poderoso. Habitan por lo general en otro Universo, uno conocido como Universidad que es donde están en modo operativo. Esto lo cuento porque habité también un universo de esos que estaba lleno de semiólogos e iconoclastas. Se llamaba Universidad de Playa Ancha y me metí ahí para estudiar periodismo, y no Ingeniería en Tránsito. Allí era común ver a algunas personas imbuidas de este espíritu iconoclasta a sus anchas, quienes convertidos en verdaderos semiólogos, decidían tomar las señaléticas, digamos un disco pare, arrancarlo de cuajo y no solo resignificarlo conceptualmente, sino también materialmente. Eran a la vez semiólogos, iconoclastas y artesanos, que convertían la paletita puesta por el municipio en la vereda, ya no en una señal de tránsito, sino en un objeto contundente que volaba por el cielo hasta caer en un carro blindado de la policía, que serían los banderilleros más evidentes, sobre todo si usan chalecos reflejantes, chalecos amarillos. Generalmente esos carros policiales eran vehículos que tiraban agua o gas pimienta, o bien se llevaban a personas. Estos automóviles no respetan las leyes del tránsito. Pese a que por todos lados diga “no virar en U”, lo hacen, aunque diga “Pare”, siguen y aunque haya un “ceda el paso”, definitivamente no ceden nada. Yo creo que dan una pésima señal, sobre todo cuando contienen los desplazamientos de un montón de cuerpos que corren contra otros signos de poder. Más que banderilleros, son barreras al tránsito.
Si tuviera que hablar del Estallido Social, del cambio a la constitución, de todo lo que ha venido ocurriendo, diría que hay que ver si cambiamos el sentido, si los banderilleros harán detener el flujo vehicular y les haremos caso, si vamos a concesionar nuestras rutas, si vamos a seguir siendo iconoclastas que arrancan las cosas de cuajo o semiólogos analíticos que estudian este gran alfabeto de señales del tránsito. Más que mal, hay una Constitución que se llama Nuevo Libro del Conductor que marca estas normativas del tránsito. Un libro no muy respetado por los vehículos mete bulla en estos tiempos tan locos.
Por David Ortiz, escritor, periodista, Director Revista Tierra Culta.