El caso de los subhumanos de la mal llamada manada – tropa de violadores les cae mejor – es uno de los más mediáticos del último tiempo. Acostumbrad@s a pensar que esas cosas pasan en India, México o Guatemala, que haya ocurrido en el primer mundo marca un punto de inflexión. El machismo sigue en nuestra sociedad, en el primer y en el tercer mundo, sin demasiados matices. Es aterrador y desesperanzador. Si bien, sabemos que la lucha contra el machismo es un proceso en extremo leeeeeento, este tipo de situaciones son como un balde de agua fría, porque hacen palpable que realmente es muy poco lo que hemos avanzando… e incluso nos llegamos a preguntar ¿Hemos avanzado?
Es repugnante, estoy como tantas y tantos indignada y siento que desde ahí hablo. Es que algunas, como yo, teníamos esa sensación de ir avanzando a escala mundial, en especial, tras la ola de denuncias y campañas mediáticas en contra del acoso, abuso y violaciones, al menos en la sociedad occidental. Sí, las cifras de violencia de género y femicidios en España han sido, históricamente, las más similares a América Latina, en lo que a Europa se refiere. Pero, la resolución de los tribunales españoles, en este caso, es realmente vergonzosa y, nos hace visible, que la violencia de género es mucho más transversal de lo que, en ocasiones, se piensa, no porque un machista haya asistido a la Universidad se le quita lo machista. ¡¡¡Y por estos lados hay tantos convencidos de que en Europa está el desarrollo y el cáliz de la eterna juventud!!!
Cómo habría actuado la sociedad chilena respecto de casos como la violación masiva en San Fermín, me atrevería a decir que no tan distinto. De hecho, me estaba acordando del caso de una amiga que sufrió violencia por parte del engendro de su pareja y padre de sus hijos, pero pese a tener todas las constancias, a los peritos – incluyendo mujeres – parecen no importar esos antecedentes, ella es la culpable de todo – básicamente- y no es un caso aislado.
Cuál es el ritmo de evolución de las instituciones y de quienes ostentan el poder. Casi nulo. Y ocurre en España, Chile y en casi cualquier otro país; los cuestionamientos son a las mujeres, e incluso a las niñas: por qué andaba a esa hora sola, cómo se le ocurre curarse, anda con mini y después reclama, y el infaltable ¡ella lo provocó! Obvio. Por lo mismo, yo soy de las mujeres que insulta de vuelta en la calle, lo que me ha llevado a recibir respuestas de psiquiátrico por parte de los agresores: loca y la #^^+^%%, ah súper señorita y si quiero te digo #%^*+^, y eso, sólo por defenderme, y ahí vuelvo a pensar, ellos de verdad creen que es su derecho decirnos y hacernos lo que quieran, que les respondamos es lo que está mal, y cuando contamos de estas situaciones, chiquillas, se han dado cuenta que los hombres cercanos tienen un decálogo de cosas que –según ellos- deberíamos haber hecho o dicho, y se los agradezco igual, porque sé que surge desde un espacio de cariño, pero claramente, no han sufrido el acoso constante de un montón de machitos subhumanos, entonces cuento hasta mil -mientras me hablan – y, sólo pienso en que seguiré respondiendo con insultos al acoso, porque siento que es casi una obligación por todas aquellas que no lo pueden hacer, porque para mí es un deber hacer notar que esas situaciones no son “algo normal”, porque no necesito la opinión de nadie más ni sobre mi cuerpo ni sobre mi vestimenta y, finalmente, porque me siento más segura al hacerlo.
El camino es largo, muy largo, y da rabia e impotencia, pero no vamos a decaer en esta lucha. Nos creemos porque todas hemos pasado por situaciones similares, somos hermanas en esto, nosotras somos la manada y, les aseguro, que a los machistas retrógrados eso sí les asusta. Vamos por ustedes.
Por nuestra colaboradora Bárbara Perez Peña, periodista.