Decidir sobre qué tema específicamente en materia de género quería abordar me costó, y mucho. Los temas son infinitos, y las experiencias que me gustaría abordar aquí ocurren, permanentemente, a mujeres y niñas en las calles, colegios, trabajos, y en sus propias casas, también a mis cercanas y a mí misma. Así que, corté por lo sano – según yo – y decidí partir hablando sobre lo que el feminismo ha significado en mi vida y en la de otras que como yo, creemos en una sociedad más justa, en que mujeres y hombres, tengamos las mismas oportunidades, derechos y deberes.
No me gusta encasillar a las personas, me desagrada en lo más profundo que me encasillen y trato de no hacerlo con otras y otros, creo que es una de las peores costumbres que tenemos como sociedad. Pero, me autodenomino feminista, me “encasillo” en ello y eso trae implicancias, “significa” algo para el resto, aunque no lo quiera ni haya buscado, para los más prejuiciosos y prejuiciosas, por supuesto, trae aparejados insultos y burlas. Los típicos lugares comunes que me adjudican (y a otras), al ser feminista, es que soy feminazi, histérica, odia-hombres, pacata o promiscua -según el ánimo del agresor o agresora – inserte aquí cara de sorpresa – fea, bigotúa… pelúa, en general, y por supuesto, el infaltable: lesbiana, sí, utilizado como un insulto, y habitualmente, es cuando me siento como en la Edad Media, con corsé, tocado y toda la vaina.
Me impacta, y no me deja de impactar la cantidad de odio, prejuicios y falta de solidaridad de nosotras mismas, o falta de sororidad como nos gusta llamarla a nosotras, las feministas. Y no me dan ganas de “defenderme” de estos “insultos”, – debo decir que jamás he sentido como un insulto que me digan lesbiana, porque considero altamente valientes a todas las personas LGTBIQ, en especial aquell@s que salen del claustrofóbico closet, pero sí creo que nos hace mucha falta evolucionar en ese sentido, y en tantos otros. Las barreras del machismo y del patriarcado parecen, a veces, impenetrables, sin embargo, no podemos claudicar en los intentos de socializar el significado y el valor del feminismo, aún a riesgo de las burlas y el escepticismo de tantos y tantas, que nos preguntan insistentemente las mismas tonteras: ¿por qué odias a los hombres? ¿no te gusta que te piropeen? –aquí insertar cara de póker – O ¿qué es el feminismo?, o incluso algunas que se califican como feministas PERO –aclaran – son de las que se depilan, de las que no odian a los hombres, de las que se arreglan; haciéndole el juego de una manera burda y completamente aborrecible a nuestra machista sociedad.
Los feminismos son muchos, me atrevería a decir infinitos, con tantos matices como feministas hay en el mundo, si me preguntan a mí, feminismo no es más – ni menos- que sentirme dueña de mi cuerpo y destino, siendo responsable de mi pasado, presente y futuro, una persona completa, no a medias, que necesita de otra para ser o existir. Si tenemos algo en común las feministas, es justamente el deseo de existir en libertad, en una sociedad libre de violencia y en este viaje nos acompañamos – o tratamos de hacerlo – en un abrazo sororo, que no juzga a otras mujeres, porque el feminismo es constante construcción de nosotras mismas, es descubrimiento, un impulso que nos obliga a revisar día a día nuestro comportamiento; tener la capacidad de decidir sobre cada paso que damos y sentirnos iguales en derechos, deberes y oportunidades. Eso es, lo que queremos nosotras, las feministas.
Por Bárbara Pérez Peña.