Cuando recuerdo las clases de historia, siento que a veces hay relatos que son dignos de que los jóvenes puedan conocer más en profundidad, con aquellas personas que se han hecho las preguntas distintas, han mirado hacia direcciones opuestas y han descubierto o logrado que su labor trascienda en ello.
Al revisar esas historias, nos daremos cuenta de que la mayoría de las páginas tiene a los hombres como protagonistas. Por ejemplo, en el ámbito de las ciencias, las mujeres siempre fueron relegadas a un segundo plano. Es por eso que la historia de la científica polaca Madame Marie Curie, debería ser contada, relatada, tratada y compartida, porque precisamente tiene esos ingredientes de resiliencia tan necesarios en la época actual.
Maria Curie fue la primera mujer en recibir el premio nobel de física en 1903 «En reconocimiento de los extraordinarios servicios que han dado sus investigaciones conjuntas sobre el fenómeno de la radiación descubierta por el prof. Henri Becquerel» para lo cual su esposo, el científico Pierre Curie, debió señalar a la junta del premio nobel, que los descubrimientos hechos habían sido en gran parte gracias al trabajo de su esposa.
8 años más tarde, Curie, volvió hacer historia al recibir el Nobel de Química, «En reconocimiento a sus servicios para el avance de la Química al descubrir los elementos radio y polonio, por medio del aislamiento del radio y el estudio de la naturaleza y los componentes de este sorprendente elemento».
En aquella época también se transformó en la primera mujer profesora en París.
Pero todos estos méritos solo cuentan una parte de lo que está gran mujer tuvo que enfrentar.
Maria Salomea Skłodowska, su nombre de soltera, fue la menor de cinco hermanas, las que luego de diferentes vicisitudes de sus padres, el fallecimiento de una de sus hermanas por tifus y el de su madre por tuberculosis, debieron ingeniárselas de algún modo para salir adelante.
En su juventud el imperio ruso, que dominaba Polonia, impedía a las mujeres ingresar a instituciones superiores de educación, es por ello que tuvo que llegar a un acuerdo con su hermana mayor Bronisława, para financiar a través de clases particulares, la educación de la otra en Paris; así fue como Maria Curie debió tener paciencia para luego de un par de años, por fin dedicarse a sus estudios.
Con 24 años y radicada en París se enamoró, contrajo matrimonio y tuvo luego a sus dos hijas. Dicho de esa manera resulta fácil, pero debió aprender el idioma, adaptarse a un nuevo entorno e ingeniárselas para compatibilizar sus estudios y lograr dinero para vivir.
Más tarde, su hermana volvió a Polonia. En sus cartas, Curie, explicó que desde ese minuto, París había perdido la magia.
Una vez recibido el nobel de Química, la científica fue invitada por la Real Institución de Gran Bretaña a dar un discurso sobre la radiactividad, pero a Maria Curie le impidieron hablar por ser mujer y solo permitieron que su marido diera el discurso.
Años después, su marido fallece en un accidente de tránsito, donde un carruaje con caballos lo atropelló producto de la lluvia; Curie, muy afectada, rechazó la pensión vitalicia de su esposo. La perdida significó un gran golpe para ella y la sumió en una depresión que, gracias al padre de su marido y su hermano, logró superar, más cuando la Universidad de París le ofreció el puesto de trabajo de su esposo para continuar con sus labores.
Fue así como Curie nuevamente hizo historia en ser la primera directora de un laboratorio de esa institución. Lo que trajo como consecuencia que entre 1906 y 1934, la universidad admitiera a 45 mujeres sin aplicar las anteriores restricciones de género en su contratación.
En la Primera Guerra Mundial, Curie, logró dar vida a una especie de ambulancia con sistema de rayos X portátil, que fue conocido como las «Petit Curie»: otro de los aportes de esta gran científica, donde incluso intentó vender sus medallas de oro del premio nobel y donarlas para actividades bélicas.
La historia de esta mujer está plagada de injusticias por su género: un romance que tuvo después con un hombre más joven que era casado, fue escarnio para los medios franceses que nunca aceptaron a esta científica por ser polaca.
Cayó en depresión, viajaba con otros nombres e incluso estuvo alrededor de 14 meses sin trabajar.
Curie falleció en 1934 a la edad de los 67 años a causa de una anemia aplásica siendo enterrada junto a su marido y en el año 2015, por su méritos y aportes a la humanidad, el gobierno trasladó sus restos al famoso Panteón de Paris. Un reconocimiento justo pero que llega tarde…
Por Cristian Abello Navarro