Punto de vista

Cuando Dios no tiene rostro

Desde hace un tiempo la idea de reescribir las historias se ha vuelto un ejercicio frecuente entre muchas autoras latinoamericanas, donde juegan con el poder desenmascarar la violencia tras estos cuentos mal llamados “de hadas”, de esta forma, varias princesas se transforman en mujeres reales en situaciones, a veces, escalofriantes

Así es como Gabriela Cabezón Cámara reescribe la historia de la bella durmiente, pero de una forma mucho más terrible. Acá Beya no es la princesa escondida de la malvada bruja. Sino es una esclava sexual que relata su dolorosa experiencia narrada de forma cruda como denuncia. En esta novela no existe el príncipe azul, sino más bien un proxeneta que la deja a su suerte. El libro está escrito en lunfardo duro, (así como “maría cuñada mía” pero argentino). Atrapa, pero también cuesta avanzar, el lenguaje es duro, asfixia. Es como si la protagonista se saliera de si misma para poder narrar lo que está viviendo y poder defenderse de ese que está arriba; la cara de dios o del hombre que la viola cada noche, que se ubica sobre ella y comienza a consumir eso que pago.

Este ejercicio de visibilizar una de las practicas más antiguas que transforman a la mujer en un objeto de consumo, y nos transporta a la gran discusión que nos separa: ¿El feminismo debiera ser abolicionista?  Puesto que en muchos casos se habla de la prostitución como opción y no como una respuesta a un descarnado patriarcado que promueve el consumo de los cuerpos. (Pienso en la trata de personas o que la única opción de laburo para una persona trans sigue siendo esta.)

Si bien, esta es una postura polémica, mucho más lo es discriminar escudándose en un discurso separatista extremo que esconde un discurso de odio. Me pregunto también, ¿Es este feminismo extremo (radical) un discurso patriarcal escondido? Que disfraza la misoginia como liberación “en el rol” y vuelvo a preguntar, ¿Cuál es entonces el rol de la mujer en esta sociedad en vertiginoso cambio? Si estamos todes detrás de una pantalla… ¿Entonces ya no hay hombres y mujeres? Si ahora somos personas, la necesidad de pagar por un cuerpo cambia o se vuelve un bien de valor excesivo o la prostitución evolucionará en voyerismo.

Todas estas preguntas aparecen cuando una lee un texto tan terrible como este y piensas en la cantidad de veces que una persona paga por ver a otra a través de la pantalla. Aun cuando esta nouvelle duele, no deja de generar estas y otras preguntas.

Karen Pesenti M.

Diplomada en literatura Infantil y Juvenil-USACH Licenciada en Educación-UPLA Magíster en Literatura Latinoamericana-UAH Fundadora de Talleres_LaBruma Asociada a Consultora Bibliotank Soluciones Lectora