Dayana Sepúlveda es una artista visual copiapina que ha desarrollado su carrera académica en la ciudad de Santiago, pero fuertemente influenciada por el territorio atacameño, sus cerros, colores y formas pero además, por la contaminación intrínseca de una región cuyo fuerte económico es la minería extractivista y sus vicios, ya sean bajo la forma de relaves u otros residuos, pasivos u activos. “Visualidades Periféricas” es el nombre de su última obra, donde a través de materiales reciclados, describe el paisaje pictórico que envuelve la ciudad, gracias al Proyecto Fondart Regional de Creación Artística 2022.
¿Cómo nace tu gusto por las Artes Visuales? Algún familiar, amistad, conocido, etc. O simplemente venía contigo esta inquietud artística
Esto es algo que siempre cuento y es que viene de mi papá, Carlos Sepúlveda. De chiquitita siempre tuve contacto con los lápices y papeles, porque mi papá trabaja haciendo planos, con dibujo gráfico y él también participó en talleres de arte, de dibujo, de pintura. Y siempre me incentivó, me compró libros para pintar, lápices, como que siempre me estuvo estimulando mucho el tema del dibujo. Y bueno, en muchos aspectos, pero más que nada el tema del dibujo, sobre todo que yo lo agarré súper fácil. Una anécdota que tengo sobre esto, es que yo siempre fui muy fan de Gokú de Dragon Ball Z y le pedía a mi papá que me dibujara a Gokú, pero él lo dibujaba con todas las mechas paradas, no con ese semi-círculo. Entonces yo le hacía tira los dibujos y le decía “no, no es así”. Hasta que se lo corregí y le dije “se dibuja así”. Se lo dibujé y de ahí nunca más le pedí que me dibujara, de ahí los empecé a hacer yo. Entonces desde la dirección del dibujo que yo le hacía a mi papá, pasé a hacerlos yo no más.
¿Y esta influencia de tu papá se repartió con tu hermanos?
No, aunque mi hermano menor tuvo otras influencias de él, que tienen que ver con el computador, con el mundo de la informática. Ahí tienen más en común, porque ese mundo de la tecnología a mi no me gusta mucho, nunca he entrado mucho en el tema de la ilustración digital, no me tinca, soy más análoga. Me gusta más ocupar las manos, el cuerpo, esa cosa como del accidente, que el material mismo se te escape y te diga algo, entonces dialogas más con eso. En cambio en lo digital manejas mucho más cada cosa y puedes retroceder, lo que tiene otras ventajas, pero a mí me gusta esta cosa más accidentada del material análogo.
¿Cuáles han sido tus influencias, ya sean artistas dentro del ámbito del arte visual o en otras áreas artísticas?
Siempre he tratado de no tener un referente muy encima. Me gusta mucho eso de descubrir algo y no basarme mucho en referentes. Aunque un artista con el que estuve pegada un buen tiempo podría ser un Neoexpresionista, Anselm Kiefer, que es un alemán que trabaja el tema de la ruina, con objetos de construcción más industriales, en grandes formatos. Tiene una onda más filosófica, espiritual, del pasado, porque él es un artista muy marcado por la historia del nazismo en Alemania. Vivió todo ese proceso de posguerra, de cargar con la historia y la mitología de ese país, por eso tiene una cosa bien nostálgica, melancólica y en lo técnico tiene algo muy matérica. Su obra es muy de trabajar concreto en la misma tela, o incluso con soportes mucho más sólidos, de metal y cosas así. Él metía materiales de tierra, cenizas, yeso, paja seca, etc. En ese sentido él ha sido un referente que he tenido como constante en cuanto a las posibilidades materiales y también en cuanto a las similitudes como de trabajar con temas nostálgicos y de la historia de un lugar. Otro artista que apareció de manera posterior tiene que ver con mi vuelta a Copiapó el 2019. Es un artista belga que se llama Raoul de Keyser. Con él pasó algo bien bonito, porque yo lo descubrí leyendo sobre artistas en internet, en un momento en que estaba haciendo la tesis y mi profesor me dijo “tienes que buscar un referente, una familia donde tú pertenezcas pictóricamente”. Entonces me dio esa tarea. Y Raoul es un viejito que nunca salió mucho de su pueblo, en una ciudad pequeña. Y lo que él pintaba eran cosas bastante sintéticas, como lo que veía en el camino de su casa al centro o en una cancha de fútbol. Se fijaba en pequeños fragmentos de cosas, súper abstractas y sintéticas, muy similar a lo que yo en ese momento estaba pintando. Entonces encontré este referente familiar y dije “guau”, increíble que con el desfase de tiempo y distancia uno pueda tener una relación tan cercana. En un punto comienza a convertirse en una necesidad eso de encontrar a tu guía espiritual en el arte, porque al encontrar a tus referentes, encuentras a otra persona que está siendo igual de espontánea que tu propio proceso de creación, pero con otra mirada. Entonces al final ¿qué es lo que está pasando ahí con esa espontaneidad? ¿Dónde están los puntos similares? ¿Las grandes diferencias? Uno empieza a darse cuenta que la pintura es un lenguaje y en ese lenguaje uno se encuentra finalmente, seas de donde seas.
¿Y qué otros referentes, además del mundo de las artes visuales, te inspiran?
De chica siempre me gustó lo expresivo de la gimnasia artística. Era una fantasía mía de chica la Nadia Comăneci, con esa cosa perfecta de sus hazañas. También el teatro, cosas muy expresionistas como la Pina Bausch, con esa mezcla entre danza, teatro y performance, con los movimientos repetitivos, súper industrial y esa cosa minimalista-expresionista. Siento que por ahí está fuerte el referente. Siempre he tirado para ese lado medio alemán con los artistas, con la música clásica, que es un referente importante para mi desde chica. Creo que uno de los momentos más intensos de mi adolescencia, así como cuando me empecé a acercar al arte y dije “voy a estudiar arte”, fue cuando empecé a escuchar a Bach, Mozart y me di cuenta de que esa melodía muy sensible, muy fuerte e intensa despertaba algo profundo y misterioso en mí. Empecé a escribir poesía también, siempre he tenido esta cercanía con la escritura. Entonces en distintos medios he tenido una cosa muy expresiva.
¿Y autores literarios que te inspiren?
En un momento más dark que tuve, Bukowski, pero no por la poesía, yo creo que por esa decadencia que tenía, siempre me llamó mucho la atención. No sé si sentía algún tipo de familiaridad, no creo, porque mi vida no ha llegado a esa decadencia, pero nunca es tarde (risas). Quizás me quedo más con la narrativa que con la poesía, como Paul Auster, que me gusta mucho. En algún momento leí algo de Salinger, por ahí también encontré a una autora japonesa que me gustó mucho, Banana Yoshimoto. La poesía de Bertoni, ciertos haikus que tiene. Yo creo que si pudiera resumir el tipo de arte que me estimula, sería bastante sintético, intenso, melancólico y que punza, que te deja sin querer decir nada. Busco mucho eso igual. Hace poco leí un libro que me dejó bastante mal, que es de Paul Auster, que me lo prestó Fernanda Aguilera (otra artista visual copiapina), “La música del azar” y otro que es “El palacio de la luna”. Libros que te dejan como en la nada, porque ocurre algo y es como un final, pero un final donde algo tiene que empezar, un vacío total donde solo te queda seguir con o sin sentido, o morir. Me gusta mucho esa especie de desolación, que al final tiene que ver con el paisaje, como la poesía de Raúl Zurita, esa lectura tan dolorosa y grandiosa al mismo tiempo que tiene del territorio chileno y cómo lo relaciona con la dictadura.
¿Cómo relacionas la desolación con el paisaje de Copiapó?
Yo creo que tiene que ver con esta especie de nada que tiene el desierto y que cualquier cosa se vuelve un todo. Cualquier pequeña intervención, que generalmente es del hombre, se vuelve un todo, llena el espacio, lo interrumpe, lo afecta. Una lavadora oxidándose en el desierto es un universo. ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué? ¿Qué va a pasar? Se vuelve todo una especulación sobre lo que hay detrás de eso.
Tu carrera se ha desarrollado en gran parte en la región de Atacama, y aún más específicamente, en la ciudad de Copiapó. ¿Cómo ha influido este territorio en tu obra, ya sea como inspiración o decepción?
Haberme encontrado con el territorio fue fundamental. Yo creo que mi obra, o yo como artista, no existiría sin este territorio, sin haber vuelto a mi origen geográfico y eso tiene que ver con haber salido también. Creo que fue súper fortuito, necesario, orgánico también el proceso. Haber salido para poder ver, como que estando acá no estaba viendo. Estaba muy encima.
¿Y tú te fuiste odiando Copiapó?
Si, como ciudad fome, ciudad donde no hay nada, ciudad fea. Yo creo que sigue siendo una ciudad fome (risas).
¿Cómo podrías explicar el hecho de que mucha gente se va odiando Copiapó, pero luego vuelve con un cariño distinto a este territorio?
Yo creo que son emociones difíciles de explicar, porque uno se va odiando la ciudad, diciendo que es fome, que no pasa nada, que es fea y no sólo por la contaminación, sino porque estructuralmente u ornamentalmente, no tiene algo interesante. Uno se va y ve que otras ciudades tienen cosas y sucede una especie de mirada muy compasiva. “Oye, falta amor en la ciudad” y surge esta consciencia de que hay un afecto que está faltando, que ya la estética pasa a otro plano y tiene que ver con una cosa emocional y afectiva con las calles, con la ciudad, con los cerros, con lo que está pasando y al final, con la vida de la ciudad, que no es la vida de las personas. O sí, pero en la ciudad como un ser, como un organismo que está funcionando, que es maltratado. Y uno ya no lo ve como “ciudad fea”, sino como un ser que tiene vida y que está siendo afectado, con o sin su voluntad. Hay una forma de funcionamiento súper difícil de romper, porque es un mecanismo económico, político y que da sustento a gente, y al mismo tiempo produce un daño con muchas consecuencias. Entonces uno se da cuenta de eso y ya no lo mira con indiferencia o frivolidad, hay cosas más profundas que están pasando y uno no es indiferente a eso. Yo creo que esa sensibilidad empieza a penetrar en distintos rincones de la ciudad.
¿Crees que el artista tiene un rol en mostrar este Copiapó, este ser herido, para verlo en forma más compasiva?
Es difícil, encuentro que es complejo, porque uno como artista, o en mi caso, que trabajo con estas cosas desplazadas, con interrupciones de relave o de objetos que están como basura en la periferia, puedo mostrarlos haciendo esa reflexión en mi obra. Pero por otro lado, no estoy haciendo un tipo de activismo. No estoy tampoco haciendo algo más concreto o yendo a pelear con las mineras. Entonces me cuestiono cuál es el rol o hasta dónde uno puede pinchar el asunto, hasta dónde uno puede impactar, si es que corresponde que el artista tenga que hacer algo, o si es una cosa media inútil. Pero si uno piensa eso en el arte, la utilidad que tiene, no sé si el arte tiene que servir para esto o para algo específico. Sé que puede verse como una mirada muy light, se pueden hacer juicios. He escuchado eso también. Pero para eso hay distintos puntos de vista, o lugares desde donde uno se puede situar. Yo perfectamente podría hacerlo más fácil y pintar los paisajes más lindos de Atacama y aprovechar eso, que es algo que vende harto, el paisaje del norte y esa “romantización” del Desierto Florido. Pero no, a mi me interesa mostrar este anti-paisaje, lo que se oculta, lo que no se muestra, lo que da vergüenza, porque al final es una consecuencia de como nosotros estamos viviendo y tratando el lugar.
Has trabajado con elementos no cotidianos, como es el uso del relave u otros escombros encontrados en tus incursiones a los cerros que rodean Copiapó. ¿Cómo nace esta idea y qué te influyó a tomarla como una de las características de tu obra?
Esto surge el 2019, que es un hito importante. Ese año fue la “iluminación”, porque fue el año en que volví a Copiapó. Yo estaba en el proceso de hacer la tesis y había “perdido” el referente, porque en Santiago estaba pintando otras cosas como fotos antiguas que encontrabas en revistas del persa y todo el taller de arte estaba en la misma. Entonces llegué acá y eso perdió sentido para mí. Me pregunté cuál era mi relación con eso fuera del taller, de esa burbuja de la Facultad de Artes. Entonces en ese proceso complicado empecé a pensar y el último año estaba pintando carreteras. ¿Por qué carreteras? Porque yo viajaba mucho de Copiapó a Santiago y viceversa, entonces estaba pegada con ese tránsito. Fue como que la misma obra me decía el camino, pero ahora que estoy acá, “ya chao con las carreteras”. ¿Qué voy a pintar? Así que salí al patio de mi casa, que queda justo al pie del cerro y me ponía a mirar. Un día dije voy a pintar lo que tengo al frente, estoy chata. Voy a pintar esto y filo. Agarré unos cartones, porque no tenía plata ni materiales. Y como no era nada muy oficial o formal, elegí este soporte, porque no duele mucho gastar, es bastante reciclable y con los óleos que tenía, esmalte sintético que es más barato, porque me interesaba lo industrial, rendía más. Trabajar con brocha también, más libre, no era con materiales profesionales de artista. Al frente tenía el cerro y en ese cerro habían muros de los vecinos, que eran pedazos de cholguán, adobe, madera, malla raschel, ahí estaban los objetos. Una vecina que cada vez que quería botar basura la tiraba al cerro y como ella vivía arriba de una lomita, los objetos quedaban a la mitad y se iban medio enterrando, entonces quedaba una cosa rara que no sé qué es. Estos objetos del cerro tenían una forma, un color y aparte, como yo soy media corta de vista, tampoco identificaba tanto, así que pintaba desde la distancia de varios metros y ahí salió una cosa súper abstracta. Y yo muy insegura lo empecé a hacer y un día mi profe, Enrique Matthey, me llamó porque sabía que yo estaba complicada con el tema de que no sabía qué hacer y le dije “sabes qué, pinté unas cosas, pero no sé. Te las voy a mandar”. Se las envié y le gustaron mucho. Me dijo “mira, están preciosas estas cuestiones. Como pequeños tesoritos”. Él fue muy importante, porque fue una inyección de motivación, de “dale, tu naciste para hacer esto”. Porque yo estaba súper dudosa y me empecé a preguntar sobre la utilidad del arte. Llegué a mi casa y ya no estaba con mis compañeritos de arte con los que todos los días hablabas de arte y de los pintores. Ahora estaba en mi casa, con problemas reales, fuera de la burbuja totalmente y con este paisaje súper duro, donde yo decía: “¿qué voy a estar pintando una tela de óleo aquí? Llega mi mamá cansada de la pega”, etc. Me llegó ese desfase de cosas. Y ese fue el momento en que yo generé una relación con estos objetos y los veía todo el tiempo, les empecé a tomar muchas fotos, a registrarlos, los grabé. Subía harto al cerro y ahí empecé a obsesionarme de a poco, de una manera súper orgánica, “aquí hay como algo”. Y empezó a crecer esta relación con esta periferia y los objetos que están ahí, en las quebradas del cerro.
¿Cómo ha sido el recibimiento de tu obra en la región de Atacama, en comparación a la región Metropolitana, donde estudiaste y además expusiste el resultado de tu Magíster?
Acá en Atacama no he expuesto estos trabajos, así como abiertamente, porque ha estado muy vinculado al lado académico, donde sí se ha visto más. Pero las personas, cuando les mostré mi resultado del examen de pregrado, donde hubo una exposición virtual, porque fue durante la pandemia, varias la vieron y me sorprendió lo rápido que llegaba la lectura. Amigos que son artistas y no artistas, lograban percibir la atmosfera, el ánimo que estaba en esas pinturas, que tiene que ver con estas periferias, con los cerros que rodean mi casa. Por ejemplo, trabajos posteriores se los he mostrado a colegas de la escuela y se han visto muy reflejados en temas que tienen que ver con el territorio, con la minería. Ha sido súper nutritivo con las personas que he podido conversar, con una muy buena recepción. No han sido tantas personas eso si. Y yo creo que el o la copiapina, entiende mi obra, porque tenemos el paisaje encima, está en los ojos de los habitantes de la ciudad. Quizás no tan identificado o indicado, porque uno muchas veces mira, pero no se detiene a observar y yo creo que eso pasó con mi obra. Porque yo también las veía quizás, siempre estuvieron ahí, pero uno detiene la mirada, identifica y saca una lectura aparte. Entonces yo creo que las personas también ven estas cosas, pero cuando uno en el arte toma algo, dice “mira, acá está esto, está existiendo”. Y la pone como en una palestra y la gente dice “si, es verdad, yo lo veo. Lo conozco y es familiar”.
¿Y cómo se entendió tu obra en Santiago?
Se identificó inmediatamente como un territorio desértico, que está abandonado y que es súper hostil. Gente que tiene mucho bagaje de imágenes, ven que hay una cosa muy trabajada en los términos técnicos y académicos, como las síntesis y los colores. Hay una cosa identitaria que tiene que ver con el territorio, en cómo están dichas las formas y lo que se quiere representar en esta obra. Fue una lectura súper rápida e identifican de igual modo el tema del territorio, porque además es una obra que no está tan cercana a lo que está pasando en la escena santiaguina. Los círculos de pintores de Santiago están trabajando una pintura más figurativa, que tiene que ver con escenas de películas, screenshots y cosas así. Pero esto es muy territorio del norte, se nota mucho que es algo desolado y que habla inmediatamente de una geografía e identidad.
¿Qué artistas locales nos podrías recomendar, principalmente del mundo de las artes visuales, pero sin cerrarte a otras creadoras o creadores que te inspiren?
Un artista sería José Marty, que tiene una obra súper potente y ha trabajado harto con lo que es el material del territorio, sobre todo sus últimos trabajos, que son rocas y que fue trabajando con la cestería, que es algo que él aprendió a trabajar en el sur. Entonces tiene un trabajo que es desde el territorio, a pesar de que él no es de Atacama, pero ya lleva unos años viviendo acá y ha tenido un ojo súper agudo para aprovechar los recursos de la región y eso me parece interesante. Creo que ese potencial se lo da también el hecho de que no es de acá, que es algo similar a lo que me pasó cuando viví unos años en Santiago y después volví. Uno al tener cierta distancia tiene otro ojo para ver lo que siempre ha visto, y en su caso (de José), para ver los recursos con los que trabaja. Encuentro que ha sido un gran hallazgo eso de haber identificado una riqueza y haberla trabajado. Creo que también el trabajo del poeta Vicente Rivera y su último libro “Relave. Material Particulado”, que también fue una inyección de esta vida que yo te he hablado sobre el paisaje. ¿Qué le está pasando al paisaje? ¿Qué es lo que está diciendo el paisaje? ¿Qué es lo que está diciendo como a un nivel más profundo? Que no tiene que ver con lo que se ve, sino con lo que uno percibe del paisaje.
¿Cómo tus estudios académicos se han adaptado al desarrollo de tu obra? ¿Cómo ha sido el impacto de la teoría en la práctica de tus trabajos artísticos?
Mis estudios académicos han ido a una velocidad mayor que la obra que he hecho en mis proyectos. Un proyecto se piensa en un tiempo determinado y se piensa que es de tal forma. Puede tener modificaciones, pero estipulas qué es lo que vas a trabajar. En cambio, el estudio académico es un poco lo contrario, te pones una idea que está muy sujeta a un cambio radical en algún momento, porque lo estás reflexionando. Y no tiene que ver con terminar algo práctico, sino que la teoría también te va situando en distintos lugares y a veces dices “no, voy a descartar esto, en verdad pesa más esto otro que lo que yo estaba trabajando”. Entonces, hay líneas que se empiezan a separar. En ese aspecto, el trabajo académico ha sido súper importante, yo creo que fundamental para identificar cuáles son los puntos o áreas que yo quiero profundizar, al menos en este momento. Porque siempre se van a bifurcar, ya que trabajar con el territorio es súper amplio y cuesta tomar elementos políticos, económicos, ecológicos, emocionales; según cuál es que el que va pesando más. Y tiene que ver con lo que uno va viviendo, porque son formas más orgánicas y que tienen más potencia en ti, para darles una forma y representarlas.
Puedes ver la exposición “Visualidades Periféricas” en el Centro Cultural Atacama, ubicado en Alameda Manuel Antonio Matta 260.