Sólo llevo cuatro años organizando el cumpleaños de mi primera hija y ya no quiero más… Acabo de sobrevivir al último. «Eso pasa porque dejamos todo para última hora», me dijeron. Ni modo pues, antes no destino las «lucas» para eso y la torta estaría podrida jajajaja, como mi cara cuando veo el desastre post fiesta.
No nos adelantemos… todo empieza varios meses antes, pero en nuestra cabeza no más, porque en la práctica con suerte uno se “pone las pilas” una semana antes…Que dónde se hace; qué temática quiere este año; el “Candy Bar”; qué menú le damos a los papás; cuál a los niños; porque sí, soy “cuática” y trato que los niños coman más sano.
Bueno, sigo: Que el inflable; que la piñata; que las bolsas para la piñata; la torta, ojalá bien parafernálica; las cajitas para la torta; la música, y un largo etc.
Llega el día, sin aún sacar la cuenta de cuánto te gastaste, y comienza el estrés por: servir a los invitados; que el parlante funcione; que el show de «Olaf» no sea tan fome (gracias al primo que no le temió al ridículo); que no llore la cumpleañera en el «cumpleaños, feliz, feliz, feliz»; que no se te olviden las fotos con el cuadro «selfie» que pucha que costó hacer. Ya, me agoté otra vez…Todo eso y más para con suerte tres horas… sí, tres horas que dura la fiesta y ni siquiera llegan todos los invitados.
Ya, si no todo es tan malo ¿verdad? Aunque muchas veces no salió como esperabas, le buscas el lado positivo a la “bendita” celebración: Tu «cabro chico» lo pasó «chancho», uno termina «pa’ la escoba» pero satisfecha. Y si los regalos fueron más ropa que juguetes, mejor aún jejeje.
Bueno, sinceramente todos los años digo los mismo: «nunca más mamita», pero se me olvida luego parece porque ya estoy revisando «Pinterest», en dos meses más mi otra guagua cumple un año ¿Qué emoción o no?…