La cultura del exitismo, medido por títulos y cuánto poseemos, nos mantiene constantemente en competencia, absortos en el cumplir y tener más. Las dinámicas que esto genera son finalmente unas de las principales causas de trastornos de ansiedad, estrés, depresiones y otras alteraciones que afectan la salud mental de un gran número de chilenos y chilenas.
Lejos de lo que se pueda pensar, estos trastornos no sólo están presentes entre los jóvenes estudiantes sometidos a las exigencias de la educación superior o los adultos que, por su parte, deben responder a sus responsabilidades laborales cada vez mayores. La vorágine de la vida moderna, poco amistosa con la estabilidad emocional y mental, también está afectando a los niños y niñas del país, desde la primera infancia.
Así lo ha demostrado la publicación “International Comparisons of Behavioral and Emotional Problems in Preschool Children: Parents’ Reports From 24 Societies”, que situó a los menores de seis años de nuestro país como los de peor salud mental a nivel mundial.
Un preocupante y triste escenario que Felipe Lecannelier, psicólogo experto en Infancia e Investigación de la U. de Santiago, explicó a Emol señalando que “la prevalencia de trastornos como ansiedad, depresión y conductas agresivas en muchos casos duplica a la que se observa a nivel global y puede llegar hasta al 20% o 25%”.
Letra Brava conversó sobre el resultado de este estudio con la psicóloga María Constanza Miranda Molina, directora del Centro Kuhane, especialistas en Salud mental Infantil y Terapia Familiar (www.centrokuhane.cl).
Respecto de cuáles son las situaciones que pueden estar afectando negativamente la salud emocional de las niñas y niños, la profesional señala que hay «estresores» que se desprenden de lo que ellos observan, escuchan y sienten en el ambiente familiar, porque “aunque creamos que están distraídos en sus juegos o viendo TV, los niños y las niñas están atentos a lo que les está pasando a los adultos, sus expresiones no verbales. Ellos escuchan y absorben los problemas de los adultos”.
Otro componente que influye es la interacción con el entorno, que hoy se ha vuelto muy exigente con los pequeños, con largas jornadas escolares en los que deben cumplir un sinnúmero de normas, como por ejemplo, permanecer sentados y sin conversar por largos periodos. A ello se suma la presión que los padres ejercen, sin desearlo, al generar comparaciones con otros niños y niñas. “La necesidad que tenemos los adultos de que los niños y niñas cumplan nuestras expectativas hace que como padres comencemos a exigir demás e incluso a guiar sus elecciones de pasatiempos, intensificando, por ejemplo, horas de apoyo pedagógico. Con esta dinámica damos continuidad a la nefasta decisión de alejar a nuestros niños del tiempo libre, del juego y de pasar tiempo de calidad con sus padres”, enfatiza la profesional.
En el caso de los niños y niñas menores de 6 años, la psicóloga señala que a su corta edad ellos no poseen las habilidades para entender claramente lo que están sintiendo, ponerle nombre y pedir ayuda, por eso es tan importante que los padres y el entorno más cercano puedan reconocer los síntomas o señales del desarrollo de algún trastorno emocional y precisa que en general, ocurre un cambio importante en su estado anímico y su comportamiento. «Puede tomar varias formas de manifestación, pero las más comunes son cuando los niños y niñas se compartan de manera más desafiante, pareciera que están más enojados, irritables, sensibles y generan mayor cantidad de conductas disruptivas. También pueden manifestar más hipersensibilidad, llorar, estar evidentemente decaídos, temerosos, sin ganas de jugar o disfrutar de los pasatiempos que generalmente disfrutaban. Pueden aparecer terrores nocturnos, enuresis (mojar la cama)”.
El desafío es lograr detectar y atender de manera oportuna estos cambios antes de que se conviertan en trastornos más profundos, porque está ampliamente comprobado que las experiencias que se viven en la infancia temprana van marcando las trayectorias del desarrollo socioemocional y cognitivo del individuo. “El desarrollo de un trastorno infantil, sin abordaje, nos acompañará hasta la vida adulta y se manifestará en la forma en que procesamos la información, en que hacemos frente a situaciones estresante y los recursos que desplegamos para esto. También influirá de manera decisiva en cómo nos relacionamos en el entorno familiar, social y laboral”, sentencia Ma. Constanza.