El rostro del patrimonio de Copiapó se vuelve año tras año “N.N.”, porque no lo vemos. Se le perpetra desde el desconocimiento, desde la apatía de sus hijos, desde el mutis de las autoridades y desde la usurpación. Lo más desgarrador: desde los que saben, pero que les interesa este patrimonio sólo como ejercicio circunstancial del burócrata del Estado centralista.
Los dos cementerios profanados de Chañarcillo son el ejemplo palmario que rasga. Me contaba el Cheo González que por los ’40 fue a Chañarcillo y encontró una lápida de rarísimo mármol rosado; una década después volvió a verla, pero hecha triza.
Si vamos al barrio fundacional de Copiapó, La Estación —donde los niños del ’60 corríamos detrás de la locomotora en busca de rostros nuevos y de unos pesos—, se la come la basura y la pena. ¿Qué pasaría si Candelaria Goyenechea volviera a este lugar, que tanto le gustaba; porque decía que allí estaba el alma atacameña?
¿Y, la “Cripta de los Héroes”? En aquel lugar descansaban algunos de los atacameños más ilustres y, ahora, están arrumados en una huesera. Qué dirían: Torreblanca, Ramos Madrid, Arce, los hermanos Prado. Seguramente no podrían estar allí por el ácido del orín.
La Alameda era fiesta de estatuas, arboleda, colegios centenarios y encuentros, donde se percibía el alma tutelar del Padre Negro. Y, ahora, el monumento de Manuel Antonio Matta pelecha cáscaras de óxido.
¿Qué pasó con la casa de la familia Torreblanca? ¿Qué pasó con las casas del distrito de Puquios, donde los últimos murallones sólo son visitados por el viento? ¿Y qué pasa con el centenar de atacameños muertos en la batalla de Tacna y que fueron echados a una fosa común ¿Qué pasa con la casa de Martín Rivas? El colmo: la mansión derruida de los próceres en la casa central de la UDA.
No hay duda que el cementerio de Copiapó es el último refugio del patrimonio atacameño. Proporcionalmente es el cementerio más importante de Chile. Es nuestro “Pére Lachaise” o equivalente al Cimetiére de Montparnasse. Están allí: Jotabeche, Matta, Pedro León Gallo, Marconi, Alfonso Gamboa, etc. Pero, esa tumba de escultura marmórea de la familia Gallo —que no se encuentra con facilidad en Europa— está derruida por el polvo y el abandono.
Si usted visita Arica o Iquique e, inclusive, Ovalle, podrá ver el cuidado de los nichos de los héroes del ’79. El regimiento Atacama es el más glorioso de la historia de Chile y sus héroes estuvieron en mausoleo custodiados por soldados impertérritos de azul. Pero, en el siglo XXI, se volvieron sancocho de huesos e ingratitud.
En fin, ¿dónde está nuestro glorioso pasado? Solo El Grito, como el de Edvard Munch.
Por Arturo Volantines