Maritza es entrenadora y fundadora del Club de Patinaje de Copiapó, organización federada que este año cumple 22 años y que actualmente entrega formación deportiva a 70 niños, niñas y jóvenes de la región.
Fue un encuentro fortuito el que marcó el vínculo de Maritza con los patines, siendo el inicio de una larga carrera dedicada al patinaje artístico que ha dejado una huella imborrable en decena de niños, niñas y jóvenes de Atacama.
Descubrió el patinaje cuando tenía solo 8 años, cuando de casualidad se encontró con un entrenamiento en el Parque O´higgins, recinto cercano a su hogar, donde dio sus primeros pasos sobre las ruedas.
El destino luego la llevó a conocer, también de manera fortuita, el patinaje artístico. “Entre los 8 y 10 años me dediqué al patinaje de carrera, después descubrimos que cerca de la casa había un entrenador de patinaje artístico. El entrenador hacia sus clases y yo con una amiga nos escondíamos en un patio continuo e íbamos copiando todo lo que hacían, hasta que el entrenador nos pilló y nos invitó a participar”, recuerda.
Desde entonces ha recorrido un largo camino lleno de aprendizajes, logros y satisfacciones de la mano del patinaje, camino en que ha compartido senda con sus padres, hermanos, esposo e hijos, quienes, en mayor y menor medida, también han estado relacionados con la disciplina deportiva.
¿Cuándo llega a la región de Atacama?
“A los 21 años, desde la Federación Chilena de patinaje me pidieron que viniera por un mes a El Salvador, para preparar a una persona que quedaría como profesora de patinaje; en ese momento ya era entrenadora en Santiago. El trabajo era sólo de noviembre a diciembre, pero terminado el plazo me ofrecen continuar por un año. Me vine y a mediados de ese año conocí a mi esposo”.
Estuvo tres años en El Salvador, periodo en que se casó y tuvo dos hijos. Con su nueva familia se trasladó a Copiapó colgando los patines por un tiempo. Posteriormente se fueron a vivir a La Serena, donde retomó el patinaje con diferentes grupos, entre ellos uno orientado a niños y niñas con capacidades diferentes de diversa índole, “Trabajé con niños autistas, Down y ciegos. Eso fue una experiencia única, lo más bonito que he hecho en mi vida”.
Entre 1990 y 1997 vivió nuevamente en Santiago, ciudad donde se hizo cargo de la Selección Nacional Juvenil de patinaje artístico, volvió a desempeñarse como entrenadora de la liga de la Universidad de Chile y dirigió el Club de San Miguel. Si bien, estaba cómoda en esta etapa profesional, como familia tomaron la decisión de regresar a Copiapó, donde inició unos talleres de patinaje en el Liceo Sagrado Corazón.
Fue en esa época, después de 20 años de su trabajo como entrenadora en El Salvador, que comenzó a ver que esos tres años dejaron frutos que se habían esparcido y llegado a la capital regional de la mano de un ex alumno que le enseñó patinaje a compañeros y compañeras en la Universidad de Atacama. “Al regresar a la región me encontré con la sorpresa de que había un murmullo del patinaje artístico, fue muy bonito ver una llama encendida”, comenta.
¿Qué la incentivó a formar el Club Copiapó?
“Yo quería que los niños compitieran, que comenzaran a salir y relacionarse con otros clubes. En ese entonces existía el club del Liceo Sagrado Corazón, uno en la Scuola Italiana y los chicos de la UDA. Juntos empezamos a trabajar por formar el Club Copiapó, lo que se concretó en el año 2000.
En el contexto de ese trabajo organicé un campeonato en una cancha maravillosa que había en Bahía Inglesa, frente al hotel Rocas de Bahía. Ese fue el lanzamiento del patinaje artístico. Invité a clubes de Catamarca, Ecuador y los mejores de Santiago, y nosotros nos presentamos con las niñas que teníamos acá. Tuvimos harto apoyo, hicimos un espectáculo a lo grande. Fue muy divertido, todos disfrutaron a concho”.
¿Qué fue lo más difícil del proceso?
“El espacio físico siempre ha sido el Karma, hemos luchado mucho por tener una cancha de patinaje adecuada”.
En la historia de esta incansable búsqueda el Club Copiapó contó con una cancha de patinaje emplazada en el sector Torreblanca, espacio que perdieron luego de la insistencia de la Junta de Vecinos por ser únicos administradores del recinto.
Desde entonces, el club a realizado un peregrinaje por distintos espacios que, sin ser los óptimos, han albergado los sueños de las niñas y niños del club. En paralelo, han realizado gestiones, asistido a reuniones con autoridades regionales y presentado sus requerimientos para ser incorporados en proyectos urbanos como el parque Kaukari, pero el problema permanece.
“Nos llenaron de ilusiones con la pista de patinaje que inaugurarían dentro del Kaukari, pero luego me encuentro con un espacio tan chiquito y con palmeras en medio. Además, al ser un espacio abierto no se le puede pedir a la gente que no pasé en medio de la pista, tampoco se puede procurar que la pista no quede llena de piedrecillas, lo que significa un porrazo para las niñas que entrenan”.
Maritza también hace referencia a la construcción de la pista de patinaje recientemente aprobada por el Concejo Municipal de Copiapó, proyecto que involucra una inversión superior a los mil millones de pesos. “El año pasado nos presentaron planos para una cancha con salas de ejercicios, camarines, espejos, todo maravilloso; pero la ubicación no es la óptima, está rodeada de casas, no hay espacio para que los apoderados estacionen sus vehículos. Desde un comienzo señalé que era una locura, porque ni siquiera voy a poder poner música para no molestar a los vecinos”.
Actualmente el Club de Patinaje realiza sus entrenamientos en el Colegio Alicanto, establecimiento que ha dado las facilidades para que los niños, niñas y jóvenes de la organización puedan seguir desarrollando la disciplina y prepararse para participar en los próximos campeonatos.
¿Cuáles son las alegrías más grandes que le ha dado el patinaje?
“Ver alumnas grandes que hoy ya son mujeres. Y ver lo que el patinaje significó en sus vidas. El desarrollar una disciplina deportiva que se aprende a porrazos, te deja lecciones de vida super potentes; aprendes a caer y volver a pararte. Por otra parte, cada vez que una de mis alumnas compite mis piernas tiritan, mi corazón salta. Esa emoción, esa adrenalina la vivo en cada campeonato, con la chica y con la más grande”.
En su dilatada trayectoria para Maritza también ha sido significativo el trabajo que realiza con el Club Paipote, el que inició después del aluvión de 2015. “Es un club gratuito, en que participan niños y niñas vulnerables. Allá los patines los conseguimos por proyecto o donaciones, es la única forma, pero llega un momento en que hay niños que quedan sin patines, por eso le número de participantes ha bajado de 40 a 24. Con ellos he vivido cosas muy bonitas, como ver la historia de una niña que iba a un campeonato en el A4 y su papá la llevó de Paipote al A4 en bicicleta, sentada en fierrito de adelante, vestida, maquillada y con su malla”.
El patinaje como fuente de transformación social y empoderamiento
El deporte tiene un importante valor como herramienta social, contribuyendo en la integración y motivando muchas veces la movilidad social. Maritza ha sido testigo de esa capacidad transformadora a través del patinaje.
Ella conoce de cerca cómo la disciplina impacta positivamente en la vida de sus alumnas. Una de esas historias es la de su ex alumna, quien hoy es su compañera en el entrenamiento de las nuevas generaciones del Club.
“La Chivi está conmigo desde los 6 años, es como una hija. Ella viene de un origen vulnerable, su niñez y adolescencia la vivió en un entorno complejo. Sin embargo, siempre estudio becada, se ganaba las becas por lo brillante que era y llegó a estudiar dos carreras en la Universidad. Como alumna destacó por su perseverancia y dedicación. Ella cambió su vida gracias al patinaje”.
Maritza también ha visto cómo el patinaje permite trabajar la confianza de las niñas, promoviendo su empoderamiento. “A veces me encuentro con niñas que no se quieren, que no se creen capaz de obtener ciertos logros y, por otro lado, también me encuentro con mamás que viven una misma dinámica. Por eso es tan importante que cada una de las que nos sintamos un poquito más afianzadas o confiadas podamos transmitirles seguridad. Veo este trabajo de las más grandes hacia las más chicas, por ejemplo, una vez una niña decía “No, es que yo soy tonta, soy tan lenta”, y una de sus compañeras más grandes empezó a corregirla diciéndole: “Lo que tú dices va a pasar en ti, tú tienes que decir: No, yo no soy tonta, soy inteligente y lo voy a lograr”.
Cada año Maritza analiza su retiro y anuncia la jubilación en su entorno familiar, sin embargo, su pasión por la disciplina y el compromiso que siente con los niños, niñas y jóvenes del Club la hacen cambiar de opinión. Confiesa que a pesar de las dificultades para entrenar siempre hay algo que prende una llama para continuar, “Son los mismos alumnos, sus avances, su ilusión los que me impulsan a seguir”.